martes, 26 de mayo de 2009

segundo movimiento napoleonico

 

 

Cual partitura fielmente interpretada, la batalla de Austerlitz se desarrolló tal cual Bonaparte la había planeado. Logró que las tropas Imperiales Rusas y Austríacas hicieran justo lo que el quiso. Luego de nueve horas de feroz combate, Bonaparte dió el tiro de gracia y –mediante maniobras que todavía en la actualidad se estudian en las más prestigiosas escuelas de guerra– comenzó a liquidar al Ancien Régime.

Los cuatrocientos mercenarios islamistas que acompañaban por doquier a Bonaparte (los había contratado en Egipto), sacaron sus cimitarras, y cubiertos por la artillería revolucionaria, gritaron: "¡¡Hagamos llorar a las damiselas de San Petersburgo!!" y se lanzaron al ataque.

Unas horas y 16,000 muertos más tarde, las tropas imperiales –rusas y austríacas– se baten en retirada sobre los estanques congelados. Sin miramiento alguno, Bonaparte ordena que se bombardee el hielo. Éste –al quebrarse– deja a las aguas heladas tragarse a miles de soldados: era la "guerra total".

Continuaban las explosiones y la batalla todavía en curso, cuando Bonaparte cerró y guardó su catalejo y dijo: "La batalla ha sido ganada" y se fue a dormir.

El aventurero rapaz había triunfado de un modo indiscutible. La revolución había ganado. El Ancien Régime había muerto. El Sacro Imperio Romano Germánico cayó en su última batalla. Mil años de historia habían llegado a su fin bajo la bota de la ideología. La ideología, a fuerza de cañonazos, se había ganado su madurez. Nubarrones siniestros empezaron a cubrir los cielos de Viena, el asedio va a comenzar.

 

 

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